En la calle estrecha,
confusa, de un callejón,
la curiosidad sabe:
que tras ella se abre el telón
de la noche que duerme,
de la sed que no se aplaca,
del cariño que se busca.
Y allí, lo abrazos se regalan
y los besos se intercambian
dibujando rayas paralelas
infinitas en la euforia
de quienes nunca
encuentran satisfacción.
Y allí, regalan sus sueños
a la noche que nunca duerme
bronceándose bajo la luz
artificial de las farolas
de quienes huyen
de las gentes satisfechas.
En la supuesta calle sin salida,
donde regalan besos
y se intercambian abrazos,
la curiosidad
se bebe las fuentes
para calmar su sed.
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